miércoles, 31 de agosto de 2011

La muerte de la moscarda

Moscard era una moscarda solitaria. Demasiado grande para estar entre las moscas, demasiado pequeña para entre las moscardas normales. Además, su estúpido nombre incitaba las burlas entre los de su especie pues, además de hacer notar lo que era, denotaba una gran pereza por parte de su madre a la hora de elegir el nombre.
Así había sido su vida. Volando de aquí para allá, sin nadie con quien compartir sus ruidosos vuelos.
Cierto día, un moscardón se le acercó. No parecía tener listón alguno o escrúpulos, pues quiso acercase a ella. Él tuvo el detalle de explicar sus motivos: Quería que sus genes se expandieran lo máximo posible. Ella, ávida de compañía, aceptó.
Pero él se fue. Ella, sin darle demasiada importancia (o al menos eso se dijo a sí misma), siguió vagando sin rumbo.
La fatídica noche de los hechos, presintió la llegada de su prole. Su vuelo pasó de ser errático a tener un propósito: buscar un lugar seguro para sus hijos, quienes la salvarían de su soledad.
Encontró un rincón oscuro en una casa. Era perfecto, pero tan solo segundos después de haberse sentado a esperar, sintió que tenía compañía. Una cucaracha grande, roja e inquieta, compartía rincón con ella. Ignoraba su dieta, pero de ninguna manera iba a dejar a sus larvas a su merced. Y entonces ocurrió. Ella vio venir el spray, la cucaracha no tuvo tanta suerte.
Pudo alzar el vuelo, pero no lo suficientemente rápido. Se llevó su minúscula porción de veneno, lo suficiente para ver su final esa misma noche. Voló débilmente fuera del lugar, girándose a tiempo para ver que su, por un breve momento, compañera caía al suelo.
Salió de aquella casa de los horrores y se dirigió a la primera ventana oscura que encontró. Nunca entendió esa obsesión que tienen los insectos por las luces. Era pura lógica: Luces es igual a humanos, humanos es igual a insecticida e insecticida es igual a muerte. ¿Era Moscard la única que se había dado cuenta?
Entro y se posó sobre un libro que mostraba el dibujo de un humano con gafas redondas. Demasiado débil para buscar otro lugar, supo que era allí donde tendría a sus hijos.
Se giró al oír un sonido: Había una humana en esa habitación. Se había girado sobre el colchón y siguió durmiendo. Ahora se sentía un poco insegura sobre su elección. Era bien sabido que los humanos son los principales enemigos de los insectos. ¿Qué habían hecho ellos? ¿Vivir? Genocidas.
Los humanos eran extraños para Moscard. Algunos se levantaban con decisión y los mataban. Otros los torturaban. Algunos pocos los mantenían encerrados y otros muchos se asustaban. No entendía a estos últimos. Los humanos son muchísimo más grandes. El miedo es algo completamente ilógico teniendo esa ventaja.
Miró a su alrededor, esperando una señal de que su anfitriona era uno de esos casos de humanos que respetaban a los bichos. Dormía prácticamente en el suelo, por lo que los insectos terrestres no le importarían. Además pudo ver a una pequeña salamandra y a una araña durmiendo en distintos rincones. Decidió que esa humana respetaba a las criaturas pequeñas.
Cuando hubo dado a luz a sus pequeños, estaba demasiado débil para hacer nada más, pero intentó llegar hasta donde la chica reposaba su cabeza, sin saber bien el por qué. Erró su vuelo y cayó al lado del colchón, donde perdió la consciencia, pensando que su hora había llegado y enviando una despedida silenciosa a sus larvas.

%97Sigrid, despierta.
Moscarda despertó al oír un ruido. Miró hacía la puesta, donde una humana mayor se alejaba.
Su sorpresa era mayúscula. No había muerto. Puede que la cantidad de insecticida no fuera suficiente, después de todo. Quiso ir a ver a sus retoños, pero el veneno sí que había sido suficiente para robarle el poder sobre su cuerpo. No podía moverse, solo zumbar.
Miró a la humana, que murmuraba en sueños, y quiso despertarla. Ella cuidaría de sus hijos, y si la veía en el suelo, comprendería la situación y la llevaría junto a ellos. Con la intención de despertarla, empezó a enviar zumbidos fuertes.
La chica abrió los ojos, confusa. Los cerró de nuevo, como si fuera incapaz de mantenerlos abiertos, pero volvió a despertar de golpe, como extrañada por el sonido. Su mirada somnolienta se agrandó, dejando ver una expresión de horror e incredulidad mientras miraba a las larvas, que retozaban y se movían en el apretado montón en el que Moscard las había dejado la noche anterior.
Se acercó a ellos, los miró, se frotó los ojos y se pellizcó varias veces el brazo. Cogió el libro y salió disparada de la habitación.
No era precisamente la reacción que Moscard esperaba, pero ¿valdría? Seguramente habría ido a buscarle un lugar seguro a los pequeños. Escuchó unas voces y luego pasos que se dirigían a la habitación de nuevo. La chica había vuelto, con las manos vacías.
Se acuclillo a lado de la mesilla y la miró con atención, buscando alguna larva que se hubiera perdido (eso supuso Moscard). Su mirada vagó (con la misma expresión incrédula y horrorizada ("¿sería su expresión normal?" se preguntó la moscarda)) hasta que sus ojos repararon en ella, en el suelo al lado del colchón. La miró con atención, entrecerró los ojos y por su mirada pasó un brillo de entendimiento.
"Entiende mi situación" pensó Moscard. Observó como la humana decía algo entre dientes antes de alcanzar un pesado libro de otra mesa y lo alzaba sobre Moscard. "¿Qué demo...?"

Lo último que supo Moscard es que un diccionario de inglés se le venía encima.
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Basado en hechos reales. Yo simplemente le he dado un toque dramático.

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